“Sobre el daño que hace el tabaco”: deseo de cambio y acción postergada en Chéjov
Por Benjamín Durand

"Sobre el daño que hace el tabaco" bien podría denominarse una obra -teatral- de su juventud y de apertura en un creciente interés hacia la dramaturgia. Posteriormente, llegará a la construcción de toda una obra dramática con La gaviota (1898), Tío Vania (1899), Las tres hermanas (1901) y El jardín de los cerezos (1904); lo que significaría una revolución en la concepción del teatro.
Chéjov trata de reflejar, en su amplia obra (teatral), la cotidianidad de la vida humana. Le importa la interioridad del hombre: sus frustraciones, anhelos, pasiones y contradicciones. En la obra, que es objeto de este comentario, el autor, sincretiza en Niujin, el deseo de querer cambiar la forma -desventurada- que ha tomado su vida; así mismo, su incapacidad real de poder hacerlo. El drama absurdo inicia con la obligación declarada por el personaje: Habiendo sido invitada mi mujer a hacerme dar una conferencia con fines benéficos sobre un tema popular... Podemos observar, desde primer momento, la coerción que en él significa la figura de su mujer. En tanto, Niujin como fumador, también, afirma que no tiene ningún interés en el tema central de la conferencia: Yo soy fumador..., pero como mi mujer me manda hablar de lo dañino del tabaco..., ¡qué remedio me queda! ... ¡Si hay que hablar del tabaco..., hablaré del tabaco! ... A mí me da igual ... Y, precisamente, lo que menos aborda la obra es el daño que produce el tabaco. Al respecto, podemos señalar que en la Rusia que describe el autor estaba acentuado el uso del tabaco. No había ninguna restricción en su consumo o en la forma que tomaba este.
La conferencia trascurre y la capacidad de desvariar del ponente se profundiza poco a poco. El espacio se convierte en una excusa para canalizar sus problemas domésticos. En consecuencia, evoca lo difícil que se ha convertido la relación con su esposa; pero, a su vez, predomina en él una inclinación a satisfacer al sujeto del cual provienen muchas de sus peripecias. Sobre este punto Quesada, Á. (1982), comenta:
"Las obras de Chéjov representan una época en la que el hombre perdió la fe en la coherencia interna, inmediata, entre lo que piensa o desea hacer y lo que realmente hace. Hay una escisión trágica entre las concepciones éticas, las aspiraciones y necesidades humanas, y lo que una telaraña casi imperceptible de relaciones y prejuicios sociales, afianzados por la fuerza corrosiva del ocio y del tedio, hacen irremisiblemente del hombre en su vida cotidiana (p. 13)".

Niujin, ensimismado, hace declaraciones frustrantes de su vida trágica. Los oficios a los que se ha visto obligado realizar son una expresión de su resignación estoica frente a la vida. Dedicado a las labores domésticas, en la escuela de música de su mujer; también tenía la hermosa, pero a la misma vez infausta tarea de desempeñarse como profesor de matemáticas, física, química, geografía, historia, solfeo, literatura, etc. Y, si no fuera suficiente, expone: Las lecciones de baile, canto y dibujo las cobra mi mujer, aunque la de baile y la de canto también soy yo quien las doy... Frente a ello, el polímata obligado, recurre a una explicación, bañada de superstición, sobre su vida: Seguramente es el vivir en un número trece lo que me hace tener tan poca suerte en la vida... ¿Qué les queda a las personas, que, insatisfechas, ven en la suerte y el azar la realización de su progreso? Niujin respondería o mejor dicho Chéjov: la ganas de huir, pero la contradicción de quedarse a ser infelices.
Lo tragicómico asoma cuando, cargado de emoción en plena conferencia/monólogo, comienza a vender los programas de la escuela de su esposa. Vemos la alienación impregnada en la racionalidad del hombre que luce constante su deseo de fuga-felicidad: ¡cómo me agradaría pegar un grito muy fuerte o salir de aquí disparado e ir a parar a mil leguas!
Posteriormente, el sujeto-personaje mira hacía el pasado y ve en su recuerdo de juventud el paliativo a su enfermedad: el presente. ¿Y el futuro? Simplemente no lo necesita. Vive en él las ganas de escapar, de dejarlo todo porque hasta los sueños se le han consumido.

Chéjov pintó a sus personajes con un realismo necesario en una época en donde en Rusia aún predominaba un sistema semifeudal. Los valores, que había sentado la sociedad zarista, se desintegraban poco a poco y sus personajes lo evidencian mostrándose contrarios a la vida que ofrecía aquel presente; no obstante, lucen desprovisto de una idea de cambio o transformación que más tarde generaría la Rusia revolucionaria. Sus obras permiten entender cómo en el hombre se produce la necesidad de adoptar nuevos valores porque ante una vida de precariedades y pobreza o nos arriesgamos a creer en una idea revolucionaria o, tal como Niuji, permanecemos, con ganas de querer cambiar nuestra realidad, pero, finalmente, la inmovilidad y obediencia determinará nuestra acción. Sobre este punto Teixido (1978) afirmó:
"Es pues, la resignación de quienes, para redimirse de una vida inútil, oscura e injusta, se proyecta con el corazón y el cerebro a una entidad que precisamente no es de este mundo ni tiene, por ende, nada que hacer con la vida cotidiana; el recurso de los desesperados y de los humildes, de los atormentados y de los vencidos que no alcanzan a comprender las razones de su infortunio y alzan los ojos hacia el remoto horizonte, cansados en su lucha contra la vulgaridad de cada día, imaginando una alborada esplendorosa, un nuevo nacimiento a través del velo de sus propias lágrimas..."
Es cierto que un autor se tiene que enmarcar en su época; empero, escriben sus obras con un afán de trascendencia. En ese sentido, bien podemos utilizar algunos elementos de sus escritos como justificación del intento de comprender al hombre y a la mujer de hoy; sobre todo en lo que respecta a la ilusión de cambio sobrevenida en una fatal adopción de inmutabilidad. Y esto tiene su expresión en: un joven-universitario-progresista que muestra su indignación por la corrupción dentro de su universidad, pero cuando lo convocan para realizar una protesta se niega a participar por el temor a desaprobar un curso; a los egresados, sin opciones laborales, 'que no les queda de otra' que trabajar para un partido político -que, aunque su nombre afirme el cambio- reproduce el statu quo, alienando a los soñadores; el político de izquierda, con agenda post-material, legislando políticas -políticamente correctas- que reproducen las desigualdades; las mujeres, que a pesar de los golpes de sus parejas, se niegan a denunciarlos; los trabajadores-explotados, ávidos de mejores condiciones, entregando su fuerza a la fe; los pequeños empresarios y sus familias, rechazando a viva voz la pobreza, pero promoviendo el individualismo como mejor salida al sistema.
Hay que promover que esa sensación de cambio no sea postergada por nuestra tragedia personal para que finalmente desemboque en una transformación firme de nuestras condiciones materiales. Es difícil, pero hay que asumir nuestro acontecimiento, no escapar de él.
Breve referencias bibliográficas
Teixido, R. (1978). Alienación y frustración en el teatro de Chéjov.
Quesada, Á. (1982). El teatro de Chéjov: comedia y tragedia de la vida cotidiana. ESCENA. Revista de las artes, 12-15.